El pasado martes pudo haber sido un día triunfante para el partido republicano. Era el momento de votar por un speaker de la Casa de Representantes después de cuatro años de dominio demócrata y el republicano por California, Kevin McCarthy, estaba listo para asumir el puesto tras haber hecho su tarea, o eso quería creer, dentro de las filas del partido para alcanzar su sueño a fuerza de alianzas y negociaciones internas.
Nada más lejos de la realidad. Sólo fue el comienzo de un drama de enfrentamientos y un maratón de votaciones que deja en evidencia las grandes divisiones y la lucha por el poder en el seno del partido. En las elecciones de medio mandato, celebradas en noviembre, los republicanos recuperaron el control de la Cámara Baja, no así del Senado, pero lo lograron por un margen mucho menor de lo esperado. Fueron unos comicios que, lejos de demostrar la debilidad del gobierno de Joe Biden, pusieron de manifiesto las fisuras de la bancada adversaria, con un rumbo incierto desde que en 2016 Donald Trump tomara las riendas del partido y acabara gobernando, incluso ante el estupor de buena parte del grupo que entonces comprendió, sin hacer mucho por impedirlo, que el empresario hipotecaba el futuro de la formación política en beneficio de sus intereses personales. Era el principio del caos interno.
Desde entonces los republicanos se han visto abocados a replegarse a los dictados de Trump o a enfrentarse al ex presidente y arriesgarse a ser repudiados y castigados bajo la amenaza de perder el apoyo de las bases. En el caso de Kevin McCarthy, muy pronto se sometió a él y llegó a insinuar que las elecciones fueron fraudulentas cuando Trump no logró la reelección. En su aspiración por llegar a presidir la Cámara de Representantes procuró el respaldo del ex mandatario, con la certeza de que su apoyo le allanaría el camino. Pues bien, el rifirrafe que se armó y que ha pasado a la historia como la primera vez en cien años que no se consigue en la primera vuelta elegir al speaker, ha dejado claro que la influencia de Trump ya no es determinante. Incluso puede ser un arma arrojadiza para quienes lo han visto como un garante.
Ahora quienes pretenden controlar del todo al partido republicano son los que representan el ala de la derecha radical. Los mismos que le han negado el respaldo a McCarthy, a sus ojos un conservador blando que no estaba dispuesto a hacer todas las concesiones que esta facción, bajo el Freedom Caucus, exige con el propósito de avanzar su particular agenda. Para que se tenga una idea de quiénes representan la línea dura, el Washington Post señala que sólo 2 de los 20 que inicialmente votaron en contra de McCarthy reconocen los resultados de las elecciones que le proporcionaron el triunfo a Joe Biden; y 14 de los 18 más ultra se negaron a certificarlo como presidente electo el 6 de enero de 2021, fecha aciaga en la que una turba asaltó el Capitolio instigada por las soflamas golpistas de Trump.
A este grupo, que se ha beneficiado de la retórica de un ex presidente que llegó a la Casa Blanca asegurando que haría saltar por los aires el establishment político de Washington, ya no le hace falta necesariamente una figura que se ha desinflado con el tiempo y que, tal y como se comprobó en los midterms, su respaldo ya no asegura el triunfo en las urnas. El Freedom Caucus quiere tener de su lado ultra conservadores como el congresista Jim Jordan, de Ohio, quien estaría dispuesto a poner a su disposición las facultades del speaker en la Cámara Baja.
El partido republicano vendió su alma al diablo cuando en 2016 renunció a sus principios más moderados a cambio de apostar por un oportunista sin escrúpulos que llegó al poder presumiendo de que “drenaría el pantano” que supuestamente era Washington. Ahora están empantanados hasta el cuello. Indiferentes al bien de su propio partido y de la nación. Dignos discípulos de Donald Trump. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner