El Colibrí: “El aire trajo el último mensaje: / la guerra ha muerto. Un toque en la ventana / me recordó. La luz, tan cotidiana, / quería entrar, del brazo del paisaje”.
El Venado: “Hoy terminó la guerra / se apacigua la Madre Lempa / y las piedras pierden su dolor en el parto de cervatillos”.
Un ejemplo de reconciliación, ahora poco recordado, se dio al término de la guerra civil salvadoreña cuando dos poetas, uno y otro en las delegaciones negociadoras de los Acuerdos de Paz de 1992, decidieron escribir un poemario a cuatro manos. El libro se tituló El Venado y El Colibrí; el Venado, Eduardo Sancho Castañeda, y el Colibrí, David Escobar Galindo. Juntos recorrieron el país, como en la mejor tradición del teatro del Siglo de Oro español, leyendo sus poemas en forma cruzada, es decir, cada uno leía los poemas del otro, para mostrar que la reconciliación era posible.
Cuando en Colombia empezó el proceso de negociación entre el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una de las tantas experiencias que llamó la atención fue la de El Salvador y, así, hubo todo tipo de reuniones en Colombia y en otros países para hablar de esa experiencia. Una conclusión que saqué de las reuniones en las que participé, o de las que tuve conocimiento por lo que me contaron salvadoreños de ambas partes que participaron en ellas, y a esto limito todo lo que digo en este escrito, pues de otras reuniones sencillamente no puedo dar fe, es que los salvadoreños nunca presentaron su experiencia como ejemplo a seguir, sencillamente se concentraron en explicar y analizar en el mayor detalle posible como había sido aquello, sus éxitos y sus fracasos,para que los colombianos decidieran si algo les podía servir,o no servir.
Reuniones y foros, públicos y privados, conversatorios organizados por universidades y medios de comunicación, y en todos los salvadoreños insistieron en la naturaleza de los Acuerdos de Paz de 1992, pues pusieron fin al conflicto e hicieron posible una profunda reforma institucional, antes inimaginada en el país, que fue francamente transformadora. Ahora bien, algunos señalaron que los Acuerdos de Paz representan una paradoja, pues pusieron fin al conflicto, cambiaron el país y la vida de sus ciudadanos, pero no lograron la paz con letras mayúsculas porque la violencia tuvo una mutación.
Esto no fue por fallas en los Acuerdos, sino porque buen número de personas con alta responsabilidad en aquella época, de todas las visiones y tendencias, no entendieron, o no quisieron entender, de qué se trataba todo esto: la construcción de un Estado de derecho fuerte, promotor, garante y defensor de los derechos humanos, con instituciones robustas y con presencia efectiva en todo el territorio nacional con escuelas, hospitales, jueces, policía, fuerza armada, reglas claras que significaran un verdadero almo para la iniciativa privada, infraestructura, generación de oportunidades y de empleo y monopolio de la fuerza y de la autoridad. Y no hay que confundir Estado de derecho fuerte, respetuoso de los derechos humanos, con gobiernos represivos, pues sencillamente son antónimos.
En todo caso, viendo la experiencia propia en retrospección, uno de los puntos en que los salvadoreños hicieron hincapié en las reuniones en Colombia fue precisamente en la necesidad imperativa del control territorial, y de la presencia efectiva del Estado a lo largo y ancho del territorio nacional. La historia demuestra que hay una indiscutible y sencillísima realidad: cuando hay lugares sin presencia y sin autoridad del Estado, otros llenan ese vacío e imponen su autoridad y su ley, a su manera.
Otro punto en que se insistió mucho fue en el control de los saboteadores, es decir, aquellas personas que por alguna razón u otra se oponen a la paz y hacen todo para sabotearla y descarrilarla. Este fue uno de los puntos fuertes en el proceso salvadoreño, pues recién anunciada la negociación y apenas terminada la guerra hubo asesinatos que claramente buscaban sabotear el proceso de paz. Ahora bien, en el caso de asesinatos después de la firma de los Acuerdos, la respuesta del gobierno de la época fue contundente y le puso paro de golpe al crear, con ayuda de las Naciones Unidas y otros miembros de la comunidad internacional, El Grupo Conjunto para la investigación de grupos armados ilegales con motivación política, que publicó su informe en 1994.
En un momento del proceso colombiano, la idea de recalendarizar la puesta en marcha de lo pactado generó bastante discusión, pero en esto los salvadoreños fueronclaros al recordar que en el caso de su país fueron necesariasvarias recalendarizaciones sin que eso significara obstáculos o el fin del proceso, pues la realidad es que incluso la mejor y más detallada planificación puede necesitar ajustes de calendario, por lo que unos días más, unos días menos, después de largos conflictos, no son problema siempre y cuando no se pierda de vista el objetivo y la voluntad de lograrlo.
La vinculación de la parte política de un acuerdo de paz con sus partes económicas, sociales y culturales, que inevitablemente tiene, pues los conflictos internos se van construyendo con el tiempo y su complejo andamiaje incluye todos estos elementos, también fue un tema en que insistieron los salvadoreños, aunque unos más que otros. El logro de la paz requiere el desmonte de cada una de las partes de ese andamiaje de construcción de la guerra para que sea verdadera y efectiva y no haya mutación de la violencia al quedar sectores todavía en la exclusión. Por esta razón, los acuerdos de Paz de El Salvador tienen una segunda parte que trata de temas económicos y sociales y por eso se estableció el Foro de Concertación Económica y Social. Trabajó bastante, elaboró ideas novedosas, pero lamentablemente no hubo voluntad de llevar su trabajo a buen puerto. En todo caso, esta preocupación por los temas económicos y sociales en los Acuerdos de Paz es una contundente manifestación de la clara visión que tenían los negociadores sobre la necesidad de una paz integral.
Ex Embajador de El Salvador en Francia y Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y ex Representante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México.