En estos días gran parte del mundo celebra los festejos navideños y lo hace con el entusiasmo recuperado después de casi tres años bajo la amenaza de la epidemia del Covid-19. La rápida propagación del virus fue una sacudida global que se ha cobrado millones de muertes y obligó a poblaciones enteras a aislarse y tomar drásticas medidas de mitigación.
Ahora, en medio de las reuniones familiares, las tiendas atestadas y las calles rebosantes, los tiempos de alarma sanitaria comienzan a parecer lejanos y se emborrona en la memoria la angustia que se padeció (casi todo el mundo vivió de cerca o tuvo noticias del fallecimiento de un ser querido o un conocido) mientras no hubo vacunas para la inmunización colectiva. Junto con el uso de mascarillas, una vez que éstas estuvieron disponibles la mortandad y la severidad de los contagios descendieron dramáticamente. De ese modo eminencias como el Doctor Anthony Fauci, faro y guía en su momento a pesar de la desinformación que el ex presidente Donald Trump llegó a diseminar, llegaron a afirmar que de la fase de pandemia habíamos pasado a la de endemia. Fue una gran noticia.
Estamos a punto de despedir el 2022 y ya no es usual ver a la gente protegiéndose con mascarillas o guardando distancia social. Por ejemplo, en Londres, donde la pandemia causó grandes estragos cuando estalló, ya no es obligatorio usar tapabocas en el transporte público. Sin embargo, en España, donde también se sufrieron muchas pérdidas en los primeros meses de la epidemia, estas medidas siguen vigentes en los taxis, los autobuses y el metro. Pero en general la población vive de manera relajada, aunque sin perder de vista que en el invierno hay que tomar precauciones para evitar los catarros o el propio Covid-19, pues no ha sido erradicado y pone en peligro a los más vulnerables.
Ahora bien, mientras se vive un momento de distensión, en China, país donde se originó el virus y desde donde se propagó rápidamente, se revive la pesadilla: de la política de cero tolerancia contra el covid-19 el gobierno ha pasado a la negación de la crisis que se ha desencadenado nuevamente. El gobierno de Xi Jingping parece no conocer la moderación y sólo se mueve en los extremos. De encerrar sin miramientos a una población que ha acabado por protestar contra tanto atropello, ahora sencillamente no están haciendo pruebas ni están administrando con celeridad la vacuna. Además, como cabía esperar, no facilitan datos fiables de los contagios y muertes que se están produciendo.
Las informaciones que llegan de China son alarmantes: hospitales saturados, se han disparado las cremaciones y los enfermos no tienen dónde acudir. Entretanto, el oscurantismo es la nota primordial de un sistema que no cree en la transparencia y silencia a quien aspira a desenredar los hechos. Esta mano de hierro es lo que mantiene en el poder a los cabecillas del Partido Comunista Chino, pero también es su talón de Aquiles porque la opacidad estanca a las sociedades. En este caso, ahora afecta directamente a una población que se encuentra desamparada y no puede confiar en un gobierno que le da la espalda con tal de sostener una falacia de cara al exterior. Los chinos están pagando con sus vidas la inoperancia de sus líderes.
En el diario digital El Confidencial citan un tweet del epidemiólogo Eric Feigi-Ding en el que advierte: “El 60% de China y el 10% de la población de la Tierra probablemente estén infectadas en los próximos 90 días.” La tragedia que hace tres años se desencadenó en la provincia de Wuhan ha vuelto a brotar con saña en la nación asiática. Expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se preguntan si, ante esta situación en un país tan populoso, es razonable hablar de pospandemia. Si algo hemos aprendido es que en la aldea global los virus viajan a toda velocidad. A estas alturas, pensar otra cosa y tomarse a la ligera la vacunación periódica es de insensatos. Parece lejano pero no lo es. . [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner