Siendo descubiertos los sobrevivientes rhunos por sus captores, el arca de los mapas sagrados se convirtió en un manojo de pasto y Mandares devino -gracias a la magia de los teúrgos- en un joven asno ante los soldados que les perseguían. Mismos que rieron al ver al pollino junto a los beatos. “¿Ese era el príncipe que buscábamos?” —se burlaron. “¿Los rhunos tuvieron acaso un burro por emperador?”. Fue así como volvieron a salvarse las cartografías del reino de la divina utopía. Mandares y los mapas perdidos. O lo que es igual, los mapas perdidos de Mandares. Cuando se hubieron ido los invasores suavos, los místicos del templo de la diosa Kandra dieron gracias a la divinidad. Junto a ellos seguía Mandares —con sus ojos dorados como el topacio— sosteniendo en sus manos los mapas del imperio. El sortilegio había obrado el milagro de que los captores del hijo del emperador no le vieran, sino a un asno que nunca existió, junto a un manojo de heno de las desérticas arenas. “¡Ja, ja! —rieron los sacerdotes. Un asno emperador cruzará la profunda noche de Uma. Mandares tiene la cara de un asno para los asesinos, pero para aquellos que ven el mundo con los ojos del corazón, tiene el rostro de la bienaventuranza. Al fin, en tiempos remotos, el asno y el hombre fueron el mismo ser de la creación.” Luego el perseguido grupo siguió su camino, poniéndose a salvo en la vasta eternidad del desierto. (LXXXVII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
El asno emperador junto a los monjes
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