San Salvador y muchas de nuestras ciudades brillan con derroche de luces y adornos para celebrar la Navidad. Los municipios y la empresa privada se han esmerado en dar un toque de alegría decorando redondeles, centros comerciales y monumentos. Los ciudadanos, especialmente los niños, se entusiasman con la Villa Navideña, el Boulevard Navideño, un árbol gigante rodeados de figuras de Santa Claus, sus renos, duendes, muñecos de nieve, trineos, personajes de las caricaturas infatiles o las mascotas representativas de las empresas patrocinadoras, hasta pingüinos.
Y ante tanto derroche, surge la pregunta ¿qué celebramos? ¿Qué es lo que hace que se movilice la población, llene centros comerciales comprando regalos y los preparativos para la cena de Nochebuena que reunirá nuevamente a toda la familia?
Pues la verdad, que debía de ser evidente, es que la Navidad (Natividad) conmemora el suceso más grande en la historia de la humanidad, que dividió la historia en Antes y Después de Cristo. Celebramos el Nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre naciendo en una cueva en Belén.
Pero lo absurdo es que el cumpleañero, el que justifica la fiesta, no está presente en las decoraciones. En la capital son muy pocos los centros comerciales y redondeles que, siguiendo con la tradición milenaria y con nuestra idiosincrasia salvadoreña, se han preocupado de decorar con las bellas figuras del pesebre: Jesús, María y José. Acompañados por la mula y el buey, y visitados por reyes y pastores, según lo iniciara hace 700 años San Francisco de Asís, al poner el primer nacimiento y que ha continuado en todos los países que respetan sus tradiciones y las creencias del pueblo.
Es ridículo ver profusión de arreglos con paisajes de nieve, trineos, muñecos con gorro y bufanda, renos y pingüinos, en un país tropical, de tradición cristiana, despreciando nuestro acervo cultural y confundiendo a nuestro pueblo, que observan curiosos a los pingüinos, que con la simulación de un bloque de hielo, construido de cartón pintado, intentan relacionarlos con la fiesta de Navidad.
Es obligación de todos, gobierno, empresas y familias conservar vivas nuestras tradiciones, que son la raíz de nuestra identidad cultural. “Quiten a un árbol sus raíces y será juguete de todos los vientos”. Para nuestros abuelos la Navidad se iniciaba con las Posadas, donde los peregrinos José y María, visitaban 9 casas, pidiendo posada cantando, para ser recibidos por la familia anfitriona, que guardaría a la Santa Pareja hasta el día siguiente, y se repartía horchata, cebada, marquesote y muchos dulces para los niños. Terminado siempre con Villancicos en honor del Niño Dios. Era tiempo de Pastorelas, en que las mamás se esmeraban en confeccionar los disfraces de los niños que habían tenido la suerte de ser escogidos para participar. Orgullosos de representar a José y María, a los Reyes Magos, a los Pastores, pero especialmente a los muchos angelitos. Aunque siempre había uno que otro que soñaban con que los designaran para disfrazarse de diablitos.
Por la globalización actual, sí es conveniente que nos identifiquemos con los valores y costumbres de otras culturas. Recordemos que los villancicos propios de los países del norte se refieren a la abundancia de nieve que los acompaña en diciembre, a los paseos en trineo, elaboración de muñecos de nieve. Villancicos como White Christmas, se cantaron durante la guerra, cuando Frank Sinatra visitó las tropas de Estados Unidos en difíciles condiciones. Pero no podemos permitir que estas costumbres extrañas hagan desaparecer las nuestras, que se intente sustituir el saludo FELIZ NAVIDAD, por FELICES FIESTAS, porque no son fiestas patronales: es el Nacimiento del Niño Jesús, la razón por la que el mundo se llena de júbilo.
Que el Niño de Belén y su Santa Madre, bendigan a este pueblo que lleva el nombre del Redentor…
Maestra.