Dos pandilleros de la MS-13 fueron condenados ayer a penas de hasta 325 años de cárcel por haber participado en 11 asesinatos. Entre las víctimas se encuentran cuatro soldados, quienes fueron asesinados en 2016 en la colonia Vista al Lago, de Ilopango.
Se trata de Henry Alonso Romero Rosales, quien pasará 325 años con 8 meses en prisión, y Miguel Antonio Díaz Saravia, quien recibió una sentencia 269 años de prisión.
Según las investigaciones de la Fiscalía, los cuatro soldados, buscaban trasladarse hacia su destacamento militar, sin embargo, abordaron el bus equivocado y fueron interceptados por los pandilleros.
Y es que los delincuentes tenían la orden de revisar todas las unidades de la Ruta 29-A que llegaban al punto de microbuses, situado en la parte oriente de la colonia. La misión era interceptar y reportar a cualquier persona que no era del lugar.
El lunes 10 de octubre de 2016, a eso de las 11:35 de la mañana, un motorista de dicha ruta, apodado Poca Loca, manejaba muy despacio la buseta gris por toda la avenida Güija.
A medio camino, en la puerta de adelante se subieron Romero Rosales y Díaz Saravia. Los dos delincuentes no pasaron de la primera grada del microbús.
Atrás se subieron otros dos mareros de nombre Numan Ariel Rodríguez Villanueva, alias Maligno; y José David Ortiz Rodríguez, alias Dawn o Macaco.
Durante el recorrido, los demás pasajeros se fueron bajando de la unidad y desaparecían entre los muchos pasajes de la colonia, pero al llegar hasta la casa comunal de la residencial situada en la tercera etapa, solo los cuatro hombres se mantenían dentro de la unidad.
Se trataba de los soldados Leónidas Enrique Morales Morán, de 22 años; Nelson Omar Díaz López, de 22; Saúl Humberto Turbín Gómez, de 24; y Wilfredo Pérez López, de 26.
Las víctimas eran originarias de zonas rurales de Ahuachapán y Sonsonate y se dirigían hacia las instalaciones del Comando de Fuerza Aérea Salvadoreña (FAS).
Dos de los militares viajaban en el tercer asiento, mientras que los otros dos, en el segundo. El motorista paró la marcha y fue en ese momento que Romero Rosales, desenfundó su arma de fuego y la cargó.
“¿De dónde son ustedes?, no son de acá verdad, ¿porqué no se bajaron?”, los cuestionó.
Uno de los soldados sacó un corvo pequeño e intentó defenderse, pero inmediatamente otro de los delincuentes se acercó por atrás con una pistola. Luego los obligaron a bajarse y los introdujeron en una casa comunal que estaba abandonada.
En ese momento, uno de los militares expresó que “eran soldados y que andaban perdidos en el bus”. A pesar que no tenían la orden de matar policías o soldados, decidieron hacerlo y mantener el secreto entre los hechores.
Para ello, los obligaron a salir de la casa y caminar por veredas hasta llegar a una barranca. Los pandilleros comenzaron a golpear a los soldados, al tiempo que esperaban que otros llevaran piochas, palas y corvos.
Posteriormente, uno de los criminales mató con lujo de barbarie con un corvo a uno de los soldados. Así, los demás hicieron lo mismo con los otros tres soldados. Para deshacerse de las evidencias, los cuerpos de los militares fueron enterrados en fosas clandestinas.