Una libertad esencial del Orden de Derecho es moverse sin impedimento de un lugar a otro, no estar coartando de ir de punto A a punto B por temor, por tener que explicar por qué lo hacemos, inclusive por necesitar de permisos, como son pasaportes internos (como en Cuba y otras dictaduras).
Ya el abogado constitucionalista Francisco Bertrand Galindo advirtió que ninguna ley autoriza actualmente al régimen para que cerque militarmente las comunidades, como lo ha anunciado.
En los años del martinismo —trece años de vigilancia, de puestos policiales a lo largo de las carreteras, de estar obligados los pasajeros de un vehículo a mostrar su identificación y declarar el propósito del viaje— moverse dentro del territorio siempre entrañaba dificultades e inclusive riesgos, los que todavía se mantuvieron aunque en menor medida bajo los regímenes militares que tomaron el poder a la salida del dictador.
La más reciente ocurrencia de la dictadura, cercar ciudades y pueblos, es volver al pasado, al tiempo de la guerra, forzar a las personas a quedarse confinadas en un lugar hasta que los “retenes”, o como se les quiera llamar, sean levantados.
Mientras una ciudad se encuentre sitiada, sus pobladores estarán en peligro de ser apresados sin motivo alguno, simplemente para llenar cuotas, lo que en el caso de jóvenes no involucrados en pandillas equivale a arruinarles sus vidas, a exponerlos a pasar varios años en sucias, malolientes mazmorras donde día a día y, según testimonios de los mismos detenidos, mueren de dos a tres internos. A lo que describimos se agregan otros dos hechos: el primero, que las cárceles son siempre “academias de crimen”, lugares donde una persona puede aprender a ser mala y violenta además de convertirse en un resentido social.
Hay que pensar en la amargura que persigue siempre a los que injustamente fueron encarcelados, lo que es tema de la novela de Alejandro Dumas “El conde de Montecristo”, la historia de un joven que por falsas denuncias tiene que pasar en prisión muchos años…
Los retenes sirven más para controlar a la gente honrada, la que tiene que salir a vender, a comprar, a buscar asistencia médica o lo que fuera, que a los involucrados en pandillas, que “se las pueden todas” en el sentido de saber cómo escapar de cercos policiales.
Dijo Dante: “Los que entran dejad toda esperanza”
Imaginemos lo que pueden ser situaciones posibles en un cuestionamiento, basado en lo que hemos conocido todo este tiempo atrás desde que soldadescas encaran a personas honestas o no:
—¿Por qué quiere ir donde un médico?
—Vea, señor agente, tengo dolor de garganta y creo que algo de fiebre….
El uniformado le ordena que saque la lengua y le pone sus manos en la frente…
Son muchas las personas que han muerto porque el carcelero dispuso por sí y ante sí que el detenido no necesitaba una medicina, como de hecho negaron a los familiares de los capturados arbitrariamente hace unos meses, incluyendo a la científica Erlinda Handal y a la ex-ministra de Salud, Violeta Menjívar, cuyos familiares no pudieron ni visitarlos ni suministrarles medicamentos. En la cuarentena un ingeniero murió después que un oficial impidiera que le entregaran la medicina que el pobre debía tomar a diario y en el Seguro se llega al extremo de que son los vigilantes los que "evalúan" al paciente, aunque vaya muriéndose.
Los familiares de los detenidos no pueden enviarles medicamentos pues los carceleros —lo que es una sangrienta burla— dicen que dentro de las mazmorras “hay clínicas muy bien dotadas y personal médico”, lo que las personas que han sido liberadas vivas desmienten.
Los cuerpos de los que mueren presentan invariablemente señales de tortura, laceraciones, cruel maltrato, como si a la menor protesta o por puro sadismo los patean, aunque las autoridades certifiquen que el deceso fue por “asfixia mecánica” o “enfermedades que ya padecían”…
Da escalofríos pensar lo que espera a la gente dentro de las ciudades sitiadas…