Cima Taí y la montaña se dijeron adiós. La joven nómada y el arquero errante, reemprendie- ron su andar, buscando cada quien el retorno al origen. Al irse Cima, la montaña dejó de cantar y el eco del equinotauro se perdió en los desfiladeros. Ella se fue con su gente y Kania reanudó su largo e imposible viaje, volviendo a leer los mapas, cada vez más cerca de la cumbre olvidada de su anhelo. Después de un largo trecho logró dar con el río de los peces sagrados. Allí estaban ellos, los salmones de la utopía, ¡saltando sobre las turbulentas olas! Regresaban al lugar donde habían nacido, volviendo a sí mismos, al igual que el arquero. El hombre de las montañas era, pues, otro murgón. Empezó junto a ellos a remontar las aguas. Después volvió a cantar la antigua canción: “Siempre decir adiós como las aguas del torrente. Como los peces rojos del adiós dejar el mar y regresar a los montes. Dejar atrás el ayer de la ilusión y elegir el nunca. Buscar algún lugar. Pasar como los peces, como pasa la vida. Como el mismo eterno amor también pasar. Como el mismo cantar de los salmones, mi corazón sería un instante, un palpitar en el rumor de las aguas.” (LXVIII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
El monte deja de cantar al irse la cima Taí
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