Rhuna el arquero errante confesó a la joven nativa -a quien había salvado su vida- el fin de su destino: “Busco un sueño quizá imposible, un reino olvidado que me pertenece y del cual llevo sus antiguos mapas. No siempre es Ira -la muerte- quien corta los lazos del destino, sino los hombres del Samsara -desierto de la vida- quienes olvidan el camino o yerran su andar. Yo nací en tierras altas, pero la vida me arrastró a los distantes valles. Hoy sólo soy un hombre más que regresa desde una tierra extraña a sus cumbres natales. Busco un monte llamado Rhuna y a la vez yo soy Rhuna, el sueño y la montaña. Es decir, me busco a mí mismo...” Kania era buscador de una tierra olvidada, que todos habían olvidado. “El hombre que quiso volver a los montes, tuvo que reencontrarse consigo mismo, volviendo a recordar su nombre. De lo contrario nunca alcanzaría las cumbres nevadas.” Abriendo el zurrón, el arquero sacó los mapas de Rhuna y los mostró a Cima Taí. Estaban escritos en un dialecto desconocido. Cima —que conocía diferentes lenguas de la región— pudo interpretar entonces los indescifrados mapas. Estaban escritos en el antiguo idioma de los rhunos —una tribu gloriosa también dispersa en los montes. La diosa Kandras descifraba así —a través de ella— los mapas prodigiosos e ilegibles. El misterio de Rhuna, el monte olvidado, estaba por develarse. (LXIII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
La diosa Kandras descifra los mapas
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