Kania, el peregrino, se quedó algunos días en el puerto de Sheva, en donde se unió a una caravana de montañeses que se dirigían a las tierras altas, que era el fin de su camino. Preguntó a muchos sobre Rhuna, la montaña sagrada, pero nadie le daba respuesta. Decían ignorar dónde quedaba esa desconocida región. Entonces el arquero comprendió que todos aquellos lugareños habían olvidado su pasado. Nadie recordaba el ayer, ni mucho menos el nombre de aquella incierta región de la que hablaba el cazador. Eran hombres sin tiempo, sin pasado y sin mañana. Por eso no tenían el dolor del recuerdo ni el tormento de la espera. Sólo vivían el presente. Ignoraban la existencia del ayer y el porvenir. Por eso no añoraban ni esperaban. Sólo buscaban las cumbres del hoy ineluctable... De la misma manera que viven los delfines, los árboles y los montes. En verdad vivían el mismo tiempo de aquellos gigantes y ballenas eternas en lo profundo del oriente. Allá donde sólo la eternidad del recuerdo, del presente y del futuro escribía en sus mentes y corazones el andar de los días, instantes, años y estaciones. (LIX) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Los que habían olvidado el ayer y el mañana
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