Las iglesias deben utilizar su inevitable influencia en la sociedad para promover el bien común y la transformación de las estructuras que marginan a las personas. La base para eso es su misión de anunciar y promover el reino de Dios en sus entornos. El reino de Dios posee características de plenitud y universalidad. En consecuencia, no puede ser contenido por ningún partido político ni ninguna ideología. Los partidos políticos pueden tener una propuesta más o menos seria de transformación estructural, pero nunca podrán contener la totalidad del reino de Dios. Eso en el mejor de los casos, pero, lastimosamente y con demasiada frecuencia, los partidos políticos solo están respondiendo a los intereses particulares de un grupo que impide a otras personas la realización de sí mismas. En consecuencia, las iglesias, como cuerpo de Cristo, no tienen interés en participar de política partidaria ya que la misma resulta irrelevante para Dios y su reino.
Pero, dado que las iglesias no pueden sustraerse de su responsabilidad ante la sociedad, recurren al concepto más amplio de política, la cual, se refiere a la vida en comunidad. Vista así, la política es el arte de vivir juntos como seres humanos y en sociedad. Por tanto, no hay nada más pertinente para las iglesias para cumplir con su misión que la incidencia política que puedan realizar. Jesús dejó a su pueblo en un mundo secular y es en ese mundo en el que los cristianos deben realizar su labor evangelizadora. El evangelio que anuncian posee la riqueza suficiente para desarrollar su propio programa que, como ya se dijo, es el anuncio del reinado de Dios.
Dado que el reino de Dios posee valores propios, objetivos y radicales para la vida humana, las iglesias deben mostrar en sí mismas el reino operando e iluminando al mundo para concretizar en nuestro país y en nuestro tiempo la voluntad de Dios. Esa voluntad que no solo tiene que ver con las "almas" sino con el ser humano total, en su carácter indivisible y en su relación con los otros. Las iglesias tienen mucho que decir sobre la manera cómo nos relacionamos y tratamos los unos a los otros. Es asunto de su interés y responsabilidad el contribuir a la reconciliación y la tolerancia. Cuando el odio y el irrespeto predominan es evidencia de que las iglesias están fallando a su responsabilidad de ser agentes de la paz de Dios.
El que los cristianos se fanaticen y aún descuiden el mandamiento del amor debido a adhesiones partidarias es una desviación grave de su misión. El reino de Dios es una propuesta mucho más amplia y permanente que la de cualquier partido político. Cuando las iglesias se mueven del reinado de Dios hacia un proyecto político partidario están yendo de más a menos. Es una pérdida terrible. Es sal que pierde su sabor y, como Jesús afirmó, ya no sirve para nada.
Frente a las tentaciones de la política electorera, las iglesias deben continuar su propia comisión y misión de ser testigos del reino de Dios. Deben tener un norte muy bien definido y una espiritualidad consistente que les permita no solo mantenerse firmes sino también proactivas. Teniendo eso presente se comprende mejor por qué la neutralidad o no incumbencia equivalen a la claudicación.
El coqueteo seductor de los políticos no es ninguna oportunidad que las iglesias deban aprovechar sino una trampa para atrapar incautos. Pero sí se debe aceptar que es una verdadera interpelación con respecto a la firmeza en el mandato que se ha recibido del Señor. No es el tiempo de sucumbir sino de ser valientes y fieles. El cómo las iglesias reaccionen ante las asechanzas actuales determinará la fiabilidad que los necesitados puedan colocar en ellas en los años por venir. Los que luchen con ahínco en su propósito de promover, defender y establecer los valores que expresan el reino de Dios en la realidad particular que vivimos, serán quienes serán reconocidos como auténticos testigos de lo que el cristianismo significa.
La dinámica de la redención en Cristo por el Espíritu de Dios es mucho más profunda, permanente, segura y eficaz que ninguna propuesta humana. Es a ella a quien se deben las iglesias, y a nadie más.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.