Había una vez, una niña que sabía escuchar los corazones. Eran tamborileos constantes, palpitaciones y presentimientos a los que ponía atención. Primero, con la ciencia. Luego, con la solidaridad. Esta niña ha vivido casi un siglo y aún escucha detenidamente el corazón de la Historia, y, sobre todo, escucha el corazón de las mujeres. Se llama María Isabel Rodríguez, y nació el 5 de noviembre de 1922.
Chabelita, como llamaban a esta niña, nació en un hogar de mujeres: la casa de sus tías Isabel y Elena, y su madre Concepción. A las tres, Chabelita las llamaba mamá: “Mamá Isabel”, “Mamá Elena” y “Mamá Conchita”. Esa casa, en el barrio La Vega del antiguo San Salvador, era descrita por Chabelita como la casa de sus madres.
Como ocurre con muchas niñas aún hoy, el papá de Chabelita no se hizo responsable de ella. Por lo mismo, sus mamás se rehusaron a que la niña llevara el apellido del padre y siempre llevó un solo apellido: Rodríguez. La niña se desarrolló con amor y autoestima, edificada por sus tres madres. No todas las niñas tienen la suerte de ser amadas y cuidadas por tres mamás.
Lo que más le gustaba a Chabelita era aprender del mundo que la rodeaba. Leía mucho, a escondidas, porque en su casa sus madres no permitían que las niñas leyeran. Ese era un oficio de hombres, decían. ¿Cuál será, entonces, el oficio de las niñas?, se preguntaba Chabelita.
Por aquellos tiempos, las niñas jugaban a las rondas, “arranca cebolla”, “cuartillo de aceite”, “chancha-balancha” y “pomponte”. Eran juegos que consistían en canciones y adivinanzas. A Chabelita le encanta jugar con los demás niños y niñas de la cuadra. Pero también le gustaba escuchar las pláticas de los adultos. Su primo mayor era un joven estudiante de Medicina, y solía estudiar en las tardes con sus compañeros de la facultad. Chabelita se sentaba cerca de ellos a escuchar sobre los debates científicos y políticos. Y aunque entonces todos los que tenían voz en las discusiones eran hombres y se pensaba que las mujeres se debían a otras actividades, más domésticas, ella se imaginaba conversando y debatiendo; se imaginaba como una estudiante que discutía sobre ciencias en el paraninfo de la Universidad.
Mamá Conchita tenía otros planes para ella: deseaba que su hija tuviera una buena educación, que se preparara como maestra de la Escuela Normal de Señoritas de San Salvador. La imaginaba vestida elegantemente educando niños y niñas por todo el país.
En ese tiempo, no se pensaba que las mujeres pudieran ser científicas. Ya nadie recordaba a Antonia Navarro, aquella muchacha que en 1889 fue la primera científica graduada de la Universidad de El Salvador, la primera ingeniera de Hispanoamérica, porque nadie escribía la historia de las mujeres. Todo lo que se contaba entonces ocurría alrededor de los hombres y, por eso, muchas madres que deseaban la educación de sus hijas, las impulsaban a formarse como maestras.
Pero Chabelita quería mucho más.
*
Un día, la casa de las hermanas Rodríguez se removió hasta los cimientos cuando Chabelita decidió desafiar el mandando materno:
—No voy a estudiar en la Normal de Señoritas; he decidido inscribirme en el Instituto Nacional.
Las madres replicaron al unísono:
—Pero ahí solo estudian varones.
—Pues ahora yo seré la primera niña en estudiar en el Instituto —respondió Chabelita y extendió un sobre: era una carta de aceptación.
Chabelita había cometido una travesura, la primera travesura de su vida. Se había inscrito en secreto en los exámenes de aceptación del Instituto Nacional. El estatuto no decía que la educación fuera exclusiva de varones y la niña, además, había obtenido el promedio más alto del examen de admisión. Así que había sido aceptada en igualdad con los varones
Las madres no tuvieron más remedio que aceptar: la niña estudiaría en el Instituto Nacional, rodeada de varones, enseñada por maestros varones. Y lo peor: ¡militares! Pero ¿qué podían hacer? Chabelita era intelectualmente rebelde.
Era 1937, el final de una de las décadas más duras del siglo XX. Los países acababan de atravesar una depresión económica mundial y, antes, una gran guerra que había afectado a todo el orbe. En El Salvador, habían bajado los precios del café, lo que había dejado a los peones sin salario, con muchas falencias, con hambre; la desesperación había alimentado la formación de rebeliones campesinas en las fincas y un general dominaba con mano firme la presidencia de El Salvador.
La educación del Instituto Nacional era marcial, estricta. Las madres pensaban que la niña no resistiría la presión y la exigencia académica, y pronto se enrumbaría hacia la Escuela Normal de Señoritas.
Ocurrió todo lo contrario. María Isabel, como la llamaban estrictamente en el Instituto, se enfrentó a muchos retos, pero jamás desistió. Se quemaba las pestañas con la luz de los candiles y estudiaba hasta la madrugada. A primeras horas de la mañana, se encaminaba fresca a su centro de estudios, y participaba sobresalientemente en todas las clases.
Al cabo de los tres años de estudios de bachillerato, obtuvo el promedio más alto de su generación: María Isabel Rodríguez fue la primera bachiller, la nota más alta. Y fue la primera mujer en recibir ese reconocimiento.
Las madres no tuvieron más remedio que aceptar que se habían equivocado. Chabelita, como seguían llamándola ellas, era una muchacha brillante y estaba decidida a demostrarlo. Para celebrar, tiraron la casa por la ventana y la fiesta duró hasta el amanecer.
Las madres pensaron que el reto intelectual de la chiquilla había terminado.
Ocurrió todo lo contrario: María Isabel quería más.
*
María Isabel se inscribió en el Doctorado en Medicina de la Universidad de El Salvador. Como se había propuesto de niña: siguió los pasos de su primo.
Las madres le explicaron:
—Esa es una carrera de hombres.
—No —respondió María Isabel—, yo soy la tercera mujer en la facultad; hay dos mujeres más inscritas: Estela Gavidia y Adela Cabezas.
Las madres aceptaron que la medicina era un gran reto para María Isabel. Y decidieron apoyarla para que alcanzara su sueño.
Eran otros tiempos.
Era 1942. El inicio de una década más dura que la anterior, aunque nadie habría podido predecirlo. En el mundo había estallado una nueva guerra, la Segunda Guerra Mundial, y en El Salvador seguía gobernando con mano dura el general Maximiliano Hernández Martínez. Algunos jóvenes ya estaban cansados de ver al general dirigiendo la nación. Hernández Martínez había cumplido 11 años en el poder y se había reelegido constantemente alterando la Constitución y exigiendo una nueva a su medida. La nueva Constitución, en 1939, decretó que el presidente podría dirigir el país seis años más. ¡Seis años más!
Los estudiantes eran uno de los grupos opositores al general y, entre ellos, los de la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador eran los más activos. Cada día había más restricciones en el país: de libertad de expresión, de libertad de asociación. Los jóvenes no querían continuar una década más con el general, así que comenzaron a escribir artículos y a publicarlos en una revista llamada Opinión Estudiantil. Era una revista clandestina que se imprimía con apoyo anónimo de tipógrafos e impresores cansados de la represión del general.
En su casa no lo sabían, pero María Isabel apoyaba la revista y a veces repartía ejemplares entre sus compañeros y los estudiantes de los institutos.
A finales de abril de 1944, al salir de clases en la Escuela de Medicina, en un edificio muy hermoso y antiguo conocido como la Rotonda, frente al hospital Rosales, María Isabel vio una muchedumbre de mujeres marchando hacia la avenida Roosevelt. Muchas mujeres, diversas mujeres: algunas de la edad de sus madres, otras incluso más jóvenes que ella; muchas llevaban delantales con múltiples bolsas y en cada bolsa un fajo de papeles. Aquellos papeles habían sido mecanografiados, a escondidas, por secretarias de las oficinas de gobierno y luego habían sido entregadas a las lideresas de los mercados.
Esas mujeres estaban entregando unos volantes que llamaban una huelga general de brazos caídos. Una manifestación en oposición al general. María Isabel se acercó a las mujeres y le entregaron una papeleta:
¡Huelga general!
¡Huelga general de brazos caídos!
¡Abajo Martínez! ¡Renuncia!
María Isabel pidió otras papeletas para sus compañeros de la facultad y se fue a su casa escuchando su corazón en su pecho. Aquel corazón no latía: retumbaba. María Isabel pensaba que era debido a la agitación del camino, desde el hospital Rosales hasta la casa de sus madres.
Pero no. Era el latir de la Historia.
Aquellas mujeres la inspiraron a unirse, como estudiante, a la gran huelga general de brazos caídos. El 2 de mayo, María Isabel estaba en las filas junto a muchas más mujeres y estudiantes en el centro de San Salvador.
La huelga fue respaldada por los estudiantes y entre los profesionales, especialmente, el gremio médico. Las mujeres salieron al final de las cocinas, y llevaron a sus hijos e hijas. Los empleados de los trenes pararon las máquinas; en los talleres, los obreros no se presentaron a trabajar. Todo el país se detuvo para pedir la renuncia del general Maximiliano Hernández Martínez.
La huelga general duró más de un día.
El general había detenido una revolución de sus propios ministros en abril recién pasado. Había ejecutado juicios militares y fusilamientos a los traidores. Pero cuando vio a la multitud marchar encabezada por mujeres, niños y estudiantes de secundaria, pensó que no podía hacer más. Sus más leales generales le dijeron que podía abrir fuego, pues era ley marcial. Pero el general se negó:
—No podemos disparar contra mujeres y niños. La ley es marcial, ellos son civiles —les advirtió, pero era más bien una orden.
El 8 de mayo de 1944, el general Maximiliano Hernández Martínez transmitió el discurso de su renuncia por Radio Nacional.
La ciudadanía lo había logrado: habían derrocado al general.
María Isabel había participado en uno de los momentos más importantes de la historia de su país. Y apenas tenía 21 años. En la calle se escuchaban los gritos y la alegría, las risas y el llanto. Aquellos corazones resonaban como una orquesta de tambores.
No había duda, era el latir de la Historia.
*
En mayo de 1949, María Isabel Rodríguez se graduó del Doctorado en Medicina de la Universidad de El Salvador. Era la única mujer de su promoción.
Los tiempos habían cambiado.
Sus madres, aquellas muchachas que habían dejado Quezaltepeque a muy temprana edad y se dedicaban al comercio, vieron a la primera mujer de su familia graduarse de la universidad. La alegría era enorme. Y no era para menos: en un siglo, solo tres mujeres se habían graduado como médicas de la universidad: en 1945, Estela Gavidia; en 1948, Adela Cabezas; y en 1949, María Isabel Rodríguez.
Ese mismo año, Chabelita se despidió de sus madres y viajó a México para especializarse en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la más prestigiosa de América Latina. Sería cardióloga.
Tal vez no era sorpresa: ella sabía escuchar, con la ciencia y con la humanidad, los corazones.
Aquellos años fueron de mucho aprendizaje y retos para María Isabel. México era tan grande, con tantas bibliotecas, museos, paisajes. Tanto por aprender y tantas personas por conocer. Apenas dos décadas antes, la nicaragüense Conchita Palacios había sido la primera centroamericana en graduarse de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Era el tiempo del cambio para las mujeres.
Pero aún las mujeres no conseguían el derecho al voto.
En El Salvador y México, las mujeres habían ganado espacios profesionales, a pesar de no ser reconocidas como ciudadanas o no poder votar. Pero María Isabel seguía siendo la única mujer en aquellos grupos de hombres: los científicos, los funcionarios, los estudiantes… En cada fotografía, siempre era la única mujer, rodeada de hombres.
Era, siempre, la única.
—No nos borrarán de la Historia —se decía María Isabel.
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Después de dos años de estudios, María Isabel se graduó de su especialización en Cardiología. Y luego, eligió hacerlo en Ciencias Fisiológicas.
Cada uno de sus aprendizajes le demostraba que había mucho por luchar y cambiar en El Salvador. Y guardaba la esperanza de volver a su facultad. Así que en 1954, al terminar su segunda especialización, decidió volver a El Salvador y comenzar a dar clases en su alma mater. Quería introducir el concepto de salud pública en el país. Hasta entonces, la salud era cosa privada y carísima para la población.
María Isabel seguía escuchando los latidos de la Historia y pensó que había que hacer una reforma dentro de la facultad y dentro de las dependencias de salud. Había que transformar al país. En 1967, fue nombrada decana de la Facultad de Medicina. Fue la primera mujer.
En 1969, María Isabel se detuvo a escuchar otro corazón: se casó con un médico llamado Víctor Arnoldo Sutter. Pero pasados unos meses de su boda, escuchó de nuevo los tamborileos apresurados de la Historia. Aquellos pasos apresurados de los militares, aquellos corazones angustiados de los jóvenes. El miedo. Entonces, la universidad fue intervenida por la Fuerza Armada.
Aunque la ley prohibía intervenir la universidad, que gozaba de autonomía, los militares lo pasaron por alto y entraron en ella con todas sus fuerzas. Rompieron pupitres, libros, pizarrones; capturaron estudiantes, los golpearon. La violencia se fue acrecentando dentro del campus. Y en el país. En 1972, María Isabel decidió salir con rumbo a México, donde fue contratada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS). En esa ciudad, lejos de su natal El Salvador y de su alma máter querida, en 1974, murió su esposo.
*
María Isabel no pudo regresar a El Salvador por más de 20 años.
Estuvo totalmente dedicada a mejorar los sistemas de salud en América Latina, con su trabajo en la OPS. Vivió y trabajó en muchos países. Pero en su pasaporte, siempre revisaba las hojas y esperaba el día en que el sello marcara “República de El Salvador”.
Durante esos 20 años, su país dejó de ser el que ella conoció. La guerra civil estalló en 1980. Para entonces, muchísimas personas dejaron el país, huyendo de la guerra. Otros, especialmente campesinos de las zonas fronterizas, buscaron refugio en Honduras… no todos lograban cruzar los ríos que eran a frontera natural con Honduras. Fueron años muy amargos. Todas las personas que se iban añoraban volver. Como María Isabel. Pero la guerra avanzaba violentamente por la década y nadie tenía la certeza de cuándo iba a terminar.
El 16 de enero de 1992, al fin, el gobierno de El Salvador y la guerrilla del FMLN firmaron los Acuerdos de Paz en México. Pronto iniciaría el desarme de la guerrilla y la reorganización de la Fuerza Armada. La violencia nunca más sería palabra de la República. O, al menos, ese era el sueño de muchas personas.
En los años siguientes, miles de salvadoreñas y salvadoreños repartidos por el mundo regresaron a su país. En 1994, llegó el turno de María Isabel. Aquel viaje fue el más feliz de su vida en los últimos 20 años. Por fin, llegó el sello de El Salvador a su pasaporte.
María Isabel tenía 72 años y tenía, también, mucho por hacer.
Regresó a su amada alma máter y en 1997 decidió postularse para rectora de la Universidad de El Salvador. Aquella campaña fue muy dura e importante para ella. Y la ganó con una gran ventaja electoral.
Fue, como muchas tantas veces en su vida, la primera. En 1999, María Isabel Rodríguez se convirtió en la primera mujer rectora de la Universidad de El Salvador. La institución tenía 155 años.
Su elección fue una esperanza para las mujeres profesionales del país. Aún hoy, las científicas luchan día a día por terminar sus investigaciones en un país con pocos recursos para la ciencia y las enfermeras, médicas y demás personal de salud femenino que se esfuerzan por salvar vidas en los lugares más remotos, más lejanos, más inimaginables y peligrosos de El Salvador.
Una de las primeras cosas que María Isabel hizo fue pensar en la niñez. La ciencia no puede llegar tan tarde en la vida. Y recordó a aquella niña que leía libros a escondidas en casa de sus madres y disfrutaba las operaciones matemáticas en la escuela. Así que decidió fundar una escuela modelo en la Universidad: la escuela de jóvenes talentos en matemáticas. Aquella era una revolución más en la vida de María Isabel.
María Isabel volvió a ser elegida rectora de la universidad en 2003. En 2007 dejó su cargo. Todo el mundo pensaba que ya sería tiempo de retirarse, de jubilarse como cualquier mujer mayor de 70 años. Pero en 2009 fue llamada para convertirse en Ministra de Salud. Y, como a aquella niña que le entusiasmaba cada experiencia intelectual, María Isabel dijo sí.
Fueron años incansables en los que se hizo cargo de reformar el sistema de salud: de los hospitales, del derecho a la salud para todas y todos, sin distingos sociales.
María Isabel, con más de 80 años, visitaba los hospitales y clínicas más recónditas del país, y luchaba para que las mujeres tuvieran el derecho a la salud. Aunque habían ocurrido muchos cambios: el derecho al voto, el derecho a la educación de las mujeres… el derecho a la salud plena estaba aún pendiente para las mujeres.
Había un corazón que seguía latiendo muy rápido. Y ese era el de la transformación de la Historia.
Hasta hoy, María Isabel no ha parado de trabajar. Y cuando leas este cuento, seguramente estará escribiendo sus memorias.
*
Como ves, María Isabel Rodríguez ha sido “la primera mujer” en muchos campos de su profesión. Además de ser “la única” en muchísimas organizaciones, facultades, especialidades, cargos políticos, premios, experiencias que han quedado grabadas en fotografías como testimonio de aquella unicidad, de aquella irrupción en el mundo de los hombres. Sin embargo, María Isabel siempre supo que no era la única y que, antes y después de ella, existieron muchas mujeres que lo habían intentado, pero habían sido borradas sutilmente de la Historia.
A las mujeres como ella se las llama pioneras: son quienes abren camino en campos muy agrestes para todas las niñas y mujeres que vienen detrás de ella. Pero, aunque las pioneras sean reconocidas como “únicas”, nunca han estado solas. Con María Isabel estuvieron siempre sus tres madres.
Así como ella, seguro tienes a más mujeres cerca de ti, cuidando tu camino para que consigas tus sueños. A lo mejor son tus amigas, tus hermanas, tus maestras, tu madre, tus abuelas... A lo mejor a muchas no las conoces y son las mujeres que anónimamente siembran en el campo y venden lo cosechado en el mercado para que no te falte comida; las que confeccionan tu ropa en las maquilas; las que siembran flores; las que barren las calles de tu ciudad; aquellas mujeres que se comunican únicamente con el sonido de su corazón. Ese palpitar de la Historia que María Isabel nos ha enseñado a escuchar.
"Siemprevivas"
Próximamente podrás leer el primer libro de 14 heroínas salvadoreñas que destacaron por sus extraordinarios aportes a nuestro país. Estas historias están reunidas en el libro “Siemprevivas”, que será publicado por Editorial Kalina.
Fuentes
Bibliográficas
Parkman, P. (2003). Insurrección no violenta en El Salvador: la caída de Maximiliano Hernández Martínez. San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.
Salamanca, E. (s/f). Patria sin superficie. Exilio, ciudadanía y espacios de oposición. El proyecto de unión centroamericana en México (1933-1954). Tesis de Doctorado en Historia del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Próxima defensa.
Entrevistas
Kafie, D. (2020). Dra. María Isabel Rodríguez, médica, académica y pionera salvadoreña. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=GZgiXSgt4rM
Prensa
Guzmán, V. (2017). Hemos sido eliminadas a través de mecanismos muy finos de discriminación. Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica. Recuperado de https://7s.laprensagrafica.com/eliminadas-traves-mecanismos-finos-discriminacion/
Valencia, R. (2007). Estudió, educó, batalló, naufragó, rio. Enfoques, La Prensa Gráfica. Domingo 28 de octubre de 2007.
Papeles de trabajo
Álvarez, E. (s/f). Texto inédito del Dr. Carlos Emilio Álvarez.
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