A casi tres años de la pandemia, este año finalmente muchos pudieron visitar a sus seres queridos sin hombres con trajes hazmat recogiendo las flores. Durante todo el día, he visto posts en las redes sociales de muchas familias visitando la tumba de un ser querido. Y, en la mayoría, he notado el duelo no resuelto.
Como escribí hace unos días, hay cosas que no tienen nada que ver con la política. El duelo es uno de ellos. La pandemia y el encierro nos enfrentaron con el duelo no resuelto. Primariamente, por supuesto, esta el duelo de miles de personas que no pudieron ni velar ni enterrar a un ser querido. Antes de las vacunas, las familias recibían un ataúd sellado dentro de otro ataúd. Sólo podían mirar de lejos…si es que no estaban contagiados con covid. Faltó el adiós, el momento del acompañamiento, el poder ver al ser querido una vez más. Y aunque uno racionaliza que en ese momento no se podía hacer más, nuestras emociones quedaron permanentemente dañadas. Para muchas familias, el cierre tardará hasta que de alguna manera puedan desenterrar el cuerpo y reconocerlo. Un proceso que lleva diez años.
Pero la pandemia dejó cicatrices emocionales de otros tipos. Como alguien me dijo “la pandemia hizo o deshizo matrimonios”. En mi círculo sé de unos cuántos que terminaron justo cuándo terminó la cuarentena. Simplemente vivían vidas separadas y la encerrona prolongada lo puso en evidencia. Y esto también es un duelo. Para otros (yo me incluyo) fué un momento de enfrentar lo que no queríamos enfrentar. Y durante los años subsiguientes, los duelos han seguido. Duelos por gente desaparecida, duelos por gente asesinada, duelos por gente acusada injustamente. Duelo. Duelo. Duelo. Duelos que sobrepasan los 40 años. Duelos de casas que se las tragaron cárcavas, hijos desaparecidos o encarcelados, vidas truncadas y puedo seguir y seguir.
¿Qué hacer? En mi búsqueda por resolver mis propios duelos, un amigo me facilitó un diplomado en duelo (del que no me he graduado). Lo que he estudiado me ha enseñado una cosa, todo duelo es válido, pero, como sociedad, lo desvalorizamos. Me horrorizó cuándo una amiga me dijo el pastor le había dicho que si lloraba a su hija (fallecida tres días después que cerraran el país), no tenía fe. No entiendo aún que tiene que ver la fe con llorar a un ser querido, especialmente cuándo Jesús lloró a Lázaro. En las redes, se desvirtúa el duelo. En la vida se manda un mensaje que no se llora, que se sigue adelante “siendo valiente”. ¿Se sorprenden ustedes de los niveles de violencia que hay en el país, de los suicidios? Vámonos al duelo no resuelto. El ser humano sólo puede aguantar tanto.
Muchas veces, tres años después, aún me despierto pensando que voy al trabajo que tenía entonces, uno de mis duelos más profundos. He aprendido a enumerar mis “me duele” : las cosas que dejé pendientes, el hecho que yo tenía razón en qué plataforma debía usarse, el haber perdido a mi equipo de trabajo. Me duele que siempre pensé jubilarme con un diploma, dejar armado un programa de Náhuat. A pesar que me siento completa en mi trabajo actual, ese duelo es aún muy real. Estoy comenzando, apenas, a procesarlo.
El duelo no resuelto nos impide avanzar. Debemos aprender a llorar, a cambiar, a tomar acciones propositivas que nos traigan respuesta. ¿Y si no las hay? Bueno, tenemos que luchar por llegar a aceptar el hecho que nunca sabremos lo que pasó, y llorar ese hecho. Llorar, sentir dolor, sentir ira y confusión no están mal en sí. Lo malo esta en negarlo.
Si usted esta en un proceso de duelo no resuelto, le recomiendo que busque ayuda. Muchas funerarias tienen programas que buscan apoyar a los deudos. Busque a un sacerdote o pastor que sea empático. Busque ayuda profesional de ser necesaria (y si usted es profesional en el área de salud mental, done un par de horas de su tiempo).
Lo que no se vale es no hacer nada. Un país herido, no va a ninguna parte.
Educadora.