De acuerdo con datos publicados por Bloomberg (https://www.bloomberg.com/opinion/articles/2022-10-24/california-poised-to-overtake-germanyas-world-s-no-4-economy), California está a punto de desplazar a Alemania como la cuarta economía más grande del planeta, por detrás de Estados Unidos entero, China y Japón. Su crecimiento es tal que en la última década ha sobrepasado a Brasil, que es la número 7, a Francia, número 6, y el Reino Unido, número 5. Anunciando las cifras económicas hace unos pocos días, el gobernador del estado atribuyó su éxito a que California es una banda transportadora de talento. Es decir, no solo es una fuente de talento sino también es una banda transportadora de éste, porque lo toma de cualquier parte del mundo y lo procesa en su excelente sistema educativo y lo convierte en uno de los capitales más productivos del mundo, al punto de que, teniendo sólo la mitad de la población de Alemania (39.5 contra 83.2 millones), está a poco tiempo de tener una economía más grande, además de ser mucho más moderna.
Esta causalidad, de sistema educativo a éxito económico, en la que he insistido por décadas en este y otros espacios, nunca ha querido ser entendido en América Latina, y menos en El Salvador). Como lo he insistido yo en muchas ocasiones (no solo yo porque esto es bien sabido fuera de los confines de la región), el conocimiento ha sido siempre fundamental en la economía, pero su papel se ha vuelto central en las últimas décadas.
Las grandes empresas que definían el éxito económico de las naciones hasta hace unas pocas décadas se distinguían por las enormes instalaciones de máquinas industriales con grandes chimeneas, que, como la General Motors y la Ford, producían enormes cantidades de bienes materiales y maquinarias para producirlos. Estas grandes instalaciones y estos productos todavía existen, pero ya no son la fuente básica de la riqueza de las naciones. Hoy son empresas silenciosas, como Apple, o Samsung, o Intel, o Nvidia, que producen pensamiento puro y lo venden a través del éter. Muchas de ellas, que venden cosas materiales, no las producen ellas. Subcontratan la producción, porque la riqueza no está en producir, por ejemplo, las computadoras, sino en diseñarlas y distribuirlas. La economía de China ha crecido sensacionalmente manufacturando equipo de otras marcas diseñado en Estados Unidos (mucho de él en California) que ya no es negocio producir en Estados Unidos porque es mucho más rentable dedicarse a diseñarlas. Apple está subcontratando a empresas en Vietnam e India para no depender de entregas desde la China.
Pero en América Latina seguimos pensando que la región es pobre no porque le falte una fuerza laboral educada sino porque los españoles nos robaron el oro hace cuatrocientos años. No nos damos cuenta de que la distribución del ingreso es muy concentrada en la región porque la distribución de la educación y la salud lo son, y las grandes masas no tienen acceso a los conocimientos esenciales para darse una vida digna. Y vivimos en una lucha fratricida para quitarnos los unos a los otros la poca riqueza que generamos. Como lo he dicho muchas veces, en los dos últimos siglos, los primeros de nuestra Independencia, perdimos la oportunidad de entrar en la Revolución Industrial y la modernización social que vino con ella. Ahora vamos en camino a perder la oportunidad de integrarnos a la economía del conocimiento.
Este atraso no sólo es una falta de progreso. Trae consigo un retroceso relativo y real. Como pasó con la Revolución Industrial, los precios de los productos creados por el pensamiento están subiendo con respecto a los productos de muy bajo valor que producimos en América Latina y en todos los lugares en que la ignorancia impera, de tal forma que, siendo ya pobres, nos empobreceremos aún más, con todos los problemas sociales y políticos que el empobrecimiento conlleva. Mientras más esto suceda, más estridentes serán las acusaciones de que alguien (los españoles, los norteamericanos, los europeos, los ricos, los empresarios), nos explota y menos haremos para establecer sistemas funcionales de salud y educación en la región.
Este círculo vicioso hay que romperlo. La falta de educación está ya fragmentando país tras país en la región. Si no arreglamos ese problema, lo que viene será mucho, pero muchísimo, peor.
Máster en Economía
Northwestern University