El último de los colosos —que por igual era espejismo— se llamaba “Rhuna”, que en lengua de los
titanes significaba montaña. Éste era hombre y monte a la vez. Poseía el eterno y grandioso sueño.
“Tiene mi mismo nombre” dijo el arquero errante la primera vez que vio desde lejos al coloso.
Como viéndose a sí mismo, a su inmensa utopía. Ese titán era el cantor de himnos. Los demás
gigantes pronunciaban su nombre, el que adquiría inusitada grandeza cuando se repetía su eco en
todo el vasto universo. “¡Tan grande es mi locura!” exclamó el arquero, al no creer lo que sus ojos
veían y sus oídos escuchaban. “Mi nombre ha sonado en todo el firmamento.” Entonces vio la
sombra inmensa del monte sobre el arenal. No supo decir si era su misma sombra o la sombra de
un sueño. La sombra de la montaña era la misma oscuridad del alma del encantador. Pasó muchos
días perdido en el despoblado, escondiéndose de los colosos. Los gigantes eran poderosos y
dominaban la tierra. Pero empezaron a matarse entre sí, y cada vez fueron más pocos. O quizá se
marchaban a buscar otros mundos. Lo cierto es que fueron desapareciendo uno por uno. Tal vez
por el impacto de un cometa en la faz del erial. A lo mejor Kania iba perdiendo la locura y por ello
los titanes fueron desapareciendo. (XLV) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
"Rhuna" el último gigante
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