Me refiero a la Educación, no sean mal pensados. La idea de esta columna es compartir con nuestras autoridades algunas ideas sobre innovación educativa ya que están dentro de un sesudo proceso para modernizar nuestro sistema educativo. Dentro de sus principales apuestas está la de cambiar el color “azul y blanco” de las escuelas públicas porque “distrae” a los alumnos (¿?) por otro menos distractor (¿cian?).
En fin, la propuesta es simple: cambiemos el modelo prusiano en que nos han educado desde el siglo XVIII por uno más moderno, entendiéndose como tal, uno que fomente el pensamiento crítico y la innovación, en vez de uno que se basa en la simple memorización de datos y hechos, la sumisión y la obediencia ciegas e incuestionables a la autoridad política, económica y religiosa. Me explico.
Desde hace doscientos años nos estamos educando, incluyendo a nuestros hijos que hoy van a clases en colegios públicos y privados, en el modelo impulsado por el Rey de Prusia, que estableció la educación primaria gratuita y obligatoria, loable propósito que lamentablemente tenía un lado no tan plausible: la idea era crear una clase trabajadora dócil y respetuosa de la autoridad, a cuyos integrantes se les educaba desde muy niños a cumplir horarios, respetar la autoridad de sus padres, maestros, sacerdotes y rey, y a levantarse todos, a diario, a la misma hora, para ir a sus trabajos. Lo que generó una masa obediente de trabajadores que no cuestionaban, no analizaban, no protestaban y se conformaban con lo que el buen Dios y Rey tenían en gracia concederles. Da gracias, decí “amén”, cállate y no pensés, pensar es malo…y peligroso.
El modelo prusiano fue bueno por llevar la educación a las masas, pero no ocultaba ser, igual que sucede con la religión, un mecanismo de control político. Por medio del currículo educativo elaborado por el Ministerio Educación que los colegios autorizados deben de cumplir -so pena de dejar de ser, precisamente, “autorizados”-, se trasmite a los alumnos los programas de estudio redactados por el gobierno los cuales se desarrollan para transmitir la ideología particular de ese gobierno, así ocurre en Estados Unidos, Rusia o China, en Cuba o en Liechtenstein y por supuesto, en El Salvador.
Pero más allá de los contenidos educativos, el modelo mismo contiene formas más sutiles de control: las clases están separadas en materias que deben ser memorizadas, cada una en sí misma sin relación con las demás, cada una dada en rondas de clase de cincuenta minutos, que permite exponer lo que el profesor quiere decir y no lo que el alumno tenga que aportar. El éxito es medido por la memorización del contenido, lo cual no desarrolla ni mucho menos estimula el pensamiento crítico. La “buena nota” está dada por la mera repetición de hechos y conceptos, no por lo que el alumno haya entendido, comprendido o tenga que aportar sobre el mismo. De esa forma se evita desarrollar “ideas peligrosas” que puedan ir en contra del estatus quo.
El modelo Prusiano sirvió muy bien para los propósitos de las monarquías y de los gobiernos totalitarios o democráticos, por igual, ya que sirvió para crear a toda una cadena generacional de trabajadores manuales obedientes y dóciles, que se emplearon las fábricas durante la Revolución Industrial y para el caso salvadoreño, de trabajadores agrícolas utilizados en las cortas de café (es por ello que las vacaciones de las escuelas salvadoreñas son de octubre a enero, época de corta del café; mientras que las vacaciones en el sistema anglosajón, coinciden con su verano que marca la época de mayor actividad agrícola en esos países, de ahí que la pausa escolar estaba destinada a destinar “mano de obra juvenil” para dichas actividades).
Pero el modelo ya no sirve para la generación de mano de obra técnica y profesional calificada para hacer frente a la economía del conocimiento e innovación del siglo XXI. Hoy en día hace falta lo contrario: incentivar la creatividad en vez de la sumisión a ideas paradigmáticas; la innovación en vez de la repetición de conceptos; la disruptividad en vez de anclar nuestros ideales en un pasado cuando “todo era mejor”; el cuestionamiento de lo expuesto por el maestro, en vez de la simple aceptación y repetición de dogmas religiosos o políticos.
Antes de condenarme a la hoguera por mis heréticas ideas, reflexiona sobre este dato: El 65% de los niños que sus esforzados padres están inscribiendo en el Kínder en este 2022, cuando alcancen la adultes, encontrarán empleo en una actividad que aún no se ha inventado…
Abogado/@MaxMojica