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A lo largo de los siglos, la humanidad ha necesitado retratarse, dejar huella

A través del tiempo, la humanidad ha necesitado representarse y dejar huella de sus glorias y desafíos, virtudes y defectos. Las sucesivas generaciones han necesitado conocer sobre sus antepasados, cómo era su apariencia, sus modas, qué hacían, cómo evolucionaron, por lo cual se han preservado sitios en el mundo, como Egipto, México, Roma, que han guardado vestigios de su pasado.

Por El Diario de Hoy |

"Una imagen vale más que mil palabras…”


Uno de los más incomprensibles preceptos de musulmanes, judío ultraortodoxos y otras religiones fundamentalistas es la prohibición de representar no solo rostros y figuras humanas, sino hasta animales, vegetación y paisajes, lo que condujo en el caso del islam a que las decoraciones en mezquitas o cualquier edificio público se reduzca a arabescos y citas del Corán en caligrafías que pueden ser obras de arte por sí mismas.


La restricción se engloba en el concepto del iconoclasta, lo que en una pequeña medida se rompió en el frontón de la mezquita de los Omeyas en Damasco, en Siria, como más tarde lo hizo por su cuenta una de las grandes luminarias del arte universal, el pintor judío Amedeo Modigliani, a principios del siglo XX.


Los Omeyas fueron una dinastía árabe ilustrada que fue asesinada por los Abasidas, aunque uno de sus príncipes logró escapar, siendo el linaje que prevaleció en Al-Andalus, el sur de España, donde árabes, cristianos y judíos convivían en paz.


Se dice que Al-Andalus es el nombre que dieron los musulmanes a la Península Ibérica en la Edad Media, adaptado de Van-dalucía, el lugar donde la tribu germana de los vándalos se asentó inicialmente.


El hombre mismo es imagen de Dios, según la Biblia, pero imágenes fotográficas y estatuas de piedra o madera son anatema para las religiones fundamentalistas, tanto en el islam, el judaísmo e incluso el cristianismo.


Por eso los talibanes no dudaron en destruir a bombazos las gigantes efigies de Buda en Bāmiyān, Afganistán, erigidas en los siglos V o VI y que representaban una clásica mezcla del arte greco-budista.


Por lo mismo, el grupo terrorista Estado Islámico no vaciló en destruir cientos de antiguos bustos de piedra de Palmira, otrora una importante ciudad y, en la edad contemporánea, uno de los destinos mágicos en el centro de Siria.
Uno de los bustos arrasados es de La Bella de Palmira, una mujer con joyas y suntuosos atuendos que data de 1,800 años.


Los talibanes llegan al extremo de prohibir la televisión, el cine, los teléfonos, la tecnología, las simples caricaturas, algo que en alguna medida sucede en Irán y otras teocracias.


Es imaginable que pintores hay a lo largo y ancho del mundo árabe, aunque es cuestionable que puedan exponer sus obras, por lo que constituyen una especie de movimiento “subterráneo”, como el de varios pintores judíos y alemanes perseguidos por los nazis como artistas degenerados.


El mismo calificativo de “degenerados” aplicó Stalin tanto a pintores como músicos que se desviaban del “realismo socialista”, entre ellos Shostakovich.


El judaísmo rechaza las imágenes, pero tolera a quienes las veneran, como los cristianos católicos y ortodoxos, pero en el cristianismo hay corrientes iconoclastas que las rechazan definitivamente y por ello hubo hasta guerras en el Imperio Bizantino entre los años 717-843.

El principio de mantenerlas es que las imágenes son representaciones de la Virgen María, de los santos y de los ángeles que se veneran por su santidad, virtudes heroicas o martiriales, para conocer su posible apariencia o época, pero se adora sólo a Dios. Lo que se rechaza es la santería y otras corrientes consideradas desviaciones y supersticiones.


De lo que hay que cuidarse es de los falsos ídolos


A través de los siglos, la humanidad ha necesitado representarse y dejar huella. Las sucesivas generaciones han necesitado conocer sobre sus antepasados, cómo era su apariencia, sus modas, qué hacían, cómo evolucionaron, por lo cual se han preservado sitios en el mundo, como Egipto, México, Roma, que han guardado vestigios de su pasado.
Sin embargo, tanto como a los talibanes en Afganistán, es imperdonable que la evangelización cristiana en América haya significado la destrucción de templos y figuras precolombinas, como se ha denunciado.


El problema no son las imágenes o representaciones, sino la idolatría de las gentes a falsos líderes o mesías que seducen y oprimen a los pueblos y los llevan a la ruina y al peor de los atrasos.

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