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La moral femenina establece la república

Qué bien por Roma, que entendió a partir del valiente acto de Lucrecia, que para ser una nación debe darse preferencia al respeto a la dignidad de sus ciudadanos

Por Mirella Schoenenberg de Wollants
Nutrióloga y abogada

"¡Silencio, Lucrecia. Sexto Tarquino soy. Si lanzas un grito, si profieres una palabra, te mato!”. Sexto Tarquino profería esta amenaza rozando la punta de su espada sobre la piel del pecho de Lucrecia.


Lucrecia no podía proferir palabra dado el miedo extremo que le paralizaba las cuerdas vocales y la taquicardia que casi la ensordecía. Sexto Tarquino continuó, sintiendo que su saliva era agua dentro de su boca por el placer que sabía venir, pues Lucrecia era bella y de conducta irreprochable: “Escucha: yo te amo. Sé que eres fiel y que me resistirás, prefiriendo morir antes de rendirte. Más con todo, óyeme. No es la muerte la mayor amenaza para ti, sino la deshonra pública. Si no accedes a mi pasión y me veo obligado a matarte, mataré en seguida al más joven y bello de tus esclavos, pondré su desnudo cadáver entre tus brazos y proclamaré que habiéndote sorprendido en adulterio, he castigado a ambos con la muerte, vengando así el honor de Colatino, mi deudo y amigo”.

Sexto Tarquino era hijo del rey etrusco Tarquino “El Soberbio” (reinado: 534 a.C. – 509 a.C.), un tirano, incapaz de sentir empatía con sus congéneres. Obligaba a los obreros a realizar trabajos que implicaban penalidades tan extremas, que incluso muchos de ellos preferían suicidarse.


Tarquinio El Soberbio ha quedado grabado en la memoria histórica de Roma como la encarnación de los peores vicios de una monarquía, modelo de dictador y enemigo del concepto patria. Casado con Tulia, una de las hijas del honrado y bienhechor rey Servio Tulio, Tarquinio desprestigió a su suegro y empujó a sus matones para que lo mataran en una calle cercana al Foro Romano. Al encontrar el cadáver de éste, su hija Tulia le pasó su carro encima como muestra de irreverencia.

Por supuesto, Sexto Tarquino, ante el ejemplo de su progenitor, era igual o peor que su antecesor. “Los hijos salen corregidos y aumentados”, recuerda la sabiduría popular. Sexto, sabiendo de antemano que el esposo de Lucrecia, Lucio Tarquinio Colatino, no se hallaba en casa, había pedido hospitalidad en ella. En medio de la oscuridad de la noche, había entrado en la habitación de Lucrecia.


La joven suplicó, llorando. Su juramento que únicamente su cuerpo sería fuente de placer para su cónyuge y matriz para los hijos de éste; valores morales de la época y de esa tierra romana, en los que la mujeres creían firmemente, fue mancillado y destruido por el hijo del tirano.

Al día siguiente, noble, sincera y valiente, Lucrecia llamó a su padre y a su esposo. Les relató su desgracia, pidiendo venganza contra Sexto Tarquino. Luego, tomó un puñal para clavárselo en el pecho, después de decir con plena convicción: “¡Ninguna mujer quedará autorizada con el ejemplo de Lucrecia a sobrevivir a su deshonor!”.
Tarquinio Colatino, ya viudo, junto con Lucio Junio Bruto, quien era sobrino de “El Soberbio” y Espurio Tricipitino, lideraron la revuelta contra el rey con el apoyo del pueblo, ya harto de la corrupción monárquica e impactados por la violación y suicidio de Lucrecia. Lograron expulsar a Tarquino “El Soberbio” y a su familia de Roma.


Este hecho ejemplar abrió las puertas para que iniciara la fase de la República en Roma, en el año 509 a.C. Y aunque el carácter mostrado por esa mujer simboliza la lucha contra el abuso y la misoginia, qué bueno que ya no es necesario llegar a esos extremos, porque hoy día las leyes protegen a las personas en el goce de sus derechos, y nadie, absolutamente nadie, está por encima de la ley; y toda ley que sea violatoria de derechos humanos debe simplemente considerarse como no escrita.

Qué bien por Roma, que entendió a partir del valiente acto de Lucrecia, que para ser una nación debe darse preferencia al respeto a la dignidad de sus ciudadanos, con lo cual, y a partir de esta fecha, ya no hubo más concentración del poder en una sola persona… hasta que, casi 500 años después, llegó Julio César, quien con pan y circo, los hizo olvidar su historia… pero esto queda para otro artículo. ¡Hasta la próxima!

Médica, Nutrióloga y Abogada
mirellawollants2014@gmail.com

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